miércoles, 23 de enero de 2008

Memoria selectiva


Nos topamos con una ciudad de nombre impronunciable. Luego de envidiar la elegancia de dos cisnes negros que paseaban en el río, nos aventuramos al interior de la metropoli de veinte cuadras de superficie total.
En el fondo de aquel conjunto de casitas y comercios ordenados prolijamente a ambos lados de la calle principal, yacía la casa de verano del duque-ovispo de Würzburg. La modesta construcción de solo 48 habitaciones ostentaba con orgullo miles de adornos de oro y diamante que brillaban hasta en la escoba del último conserje. Alfombras y espejos, en el piso y en el techo, almacenaban polvo y recuerdos de la vida acaudalada del gobernante de turno.
Los inmensos jardines de estilo francés rodeaban al edificio. Y en medio de ellos, un hermoso estanque que en algún momento habrá sido hogar de patos y gansos, de peces y pavos reales.
Que pena que el olor espantoso proveniente de ese viejo estanque desvanezca toda la imagen y solo nos quedase una asociación en el cerebro. Que pena que solo recuerde la casa del ovispo y el aroma a mierda.

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